Una pequeña oscura siluetita atravesó el chiquitito parque. Llevaba consigo un librito de aspecto viejo. Lo depositó en un pequeño banco. La fuerza del viento hizo que se abriera y pasaran las paginitas. En el momento, en el que se cerró, una de ellas quedó doblada.
Por la mañana un enano feminino recogió el librito. Se llamaba Carolina e iba de camino hacia el colegio. Cuando el profesor gnomo importía clase, el librito cayo al suelo y llamó la atención de él. Lo abrió y para su sorpresa, las hojas estaban en blanco. Resultó que la última se encontraba doblada, con palabras sueltas sin sentido aparente.
Los alumnos enanos se preguntaban por qué estaba vacío y cuál era el sentido de su existencia. Carolina propuso que, al no haber escritura alguna, se inventara una historia a través de las frases de cada uno de ellos.
Al acabar las clases, y esta vez con el libro a medio escribir, Carolina vio un pequeño cerezo japones que le resultó llamativo. Decidió situarlo a su lado.
Poco a poco, muchos manos humildes continuarían las frases que habían encontrado en el libro, convirtiéndolas en una historia: la historia del pequeño libro perdido.
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